viernes, 5 de marzo de 2010

La oración final de Jesús



PRÉDICA JUAN 17:1-8

¿Por qué Jesús dice estas palabras en su oración? ¿Por qué empieza diciendo: Padre, la hora ha llegado? ¿Qué es lo que va a suceder? Jesús es consciente de lo que va a pasar, sabe que se avecina el sufrimiento, el dolor, los maltratos y aún peor: el abandono de sus amigos quienes lo acompañaron tanto tiempo, en esta situación es que se presenta al Padre, el único que lo acompañará en su pasión y muerte. Esta crisis, estos últimos momentos donde pasará por la mayor prueba, serán motivo para que se entregue por completo al único ser que, cuando todos se van, es el único que se queda: Dios el Padre.

En esta situación crítica y difícil, clama por sí mismo, para que su Padre lo glorifique. Ahora, ¿Qué significa esto? Quiere decir que tendría pasar por la muerte para que en su resurrección sea glorificado. Sin embargo, no sólo piensa en Él, no sólo clama a su Padre por sí mismo, también lo hace por sus discípulos. Aunque si nos damos cuenta, en el texto que hemos leído aún no pide nada para ellos, sino que los presenta delante de Dios como frutos de su trabajo en la tierra. Esto significa que Jesús, como hijo, cumplió el propósito para el cual fue enviado: para dar “a conocer que Dios es el único Dios verdadero y a Jesucristo a quien has enviado”, lo cual se encuentra en el versículo 3.

Los discípulos de Jesús eran el resultado de todo el trabajo que invirtió en ellos y los estaba presentando en esta oración. Ahora bien, nosotros ¿Qué frutos estamos dando al Señor? Mejor dicho ¿Estamos intercediendo por otros? Madres ¿están orando por sus hijos? Maestros ¿están orando por sus alumnos? Hijos ¿están orando por sus padres? Hermanos ¿estamos orando por quienes nos hacen o han hecho daño? ¿Qué difícil no? Koffi Annan (Secretario General de la Naciones Unidas) decía: “No he logrado nada solo. Millones de personas en todo el mundo ansiaban la paz. Por eso digo que no hay que minusvalorar el poder de la oración”. Es muy fácil orar por quienes nos aman, por quienes nos caen bien, pero se hace imposible orar por quienes nos odian, por quienes nos maltratan o maltrataron alguna vez, por quienes nos engañaron; por quienes hacen injusticia, por quienes hablan mal de nosotros, por quienes nos ofendieron. San Agustín solía decir: “Dios no manda cosas imposibles, sino que, al mandar lo que manda, te invita a hacer lo que puedas y pedir lo que no puedas y te ayuda para que puedas”. Si hermanos, es muy difícil, pero nuestra oración debe presentar “buenos frutos”. ¿Qué frutos son aquellos que no te hacen llorar para que los ganes?, Jesús mismo tuvo que lidiar con sus propios discípulos, la falta de fe de ellos cuando pensaron que la barca se iba a hundir, o los malos impulsos de Simón Pedro al cortarle la oreja al siervo del sumo sacerdote cuando Jesús es arrestado, no fue fácil tampoco para Jesús que sus discípulos se conviertan en personas de inspiración para el mundo.

Y si estamos orando por otros ¿Cómo lo estamos haciendo? Quizás: Señor te pido por este hermano, manda fuego para que lo consuma. O: “Señor quítale su trabajo así como a mí me lo quitó”. O “Señor gracias porque ya le falta poco para que termine su cargo en la Iglesia”, etc. Pero que dice la Biblia en cuanto al orar por otros. 1 Timoteo 2:1 dice: “Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias por todos los hombres”. Como dice: “todos los hombres”, no por lo que me caen bien, sino por todos los hombres, esa es la voluntad de Dios, así como Jesús oró por sus discípulos presentándolos como buenos frutos. Por ejemplo: Señor, te presento a mi hijo que está confiando en ti, Señor, aquí están mis alumnos, que aprendan de ti con mis enseñanzas. Señor, aquí está mi hermana con quien juntos te servimos a pesar de nuestras diferencias. Señor aquí está mi compañero de trabajo con quien unidos sacaremos adelante la empresa. Señor, aquí está mi hermana con quien juntos elevamos una oración por la Iglesia.

Como Jesús dejó buenos frutos en la tierra, así hermanos dejemos buenos frutos en este mundo, y al elevar una oración presentemos estos frutos como obra de nuestro trabajo para el Señor, dejando huella de nuestros pasos, dejando líderes dispuestos a seguir en su obra, dejando hijos que puedan defenderse de tantos pensamientos e ideologías vanas, permaneciendo en el Señor. Porque, cuando no estemos ¿qué dejaremos? ¿Habremos colaborado con el Señor en su ministerio de dejar siervos que continúen preparando el evangelio en la obra del Señor? ¿Nuestras vidas habrán impactado a los demás? ¿O sólo vemos por nuestra vida sin importarnos la vida de los demás y peor aún, sin pensar en el futuro?

No hermanos, es hora de cambiar, es necesario dejar frutos aquí para que la obra del Señor continúe, tenemos que dejar huella para que otros se guíen, debemos impactar a los demás con nuestras vidas. Y al estar delante del Señor podamos presentar nuestros frutos y decirle “he acabado la obra que me pediste que hiciera”. Si el Señor preguntará ¿Dónde están tus frutos? ¿Qué responderías? Nada se oculta ante sus ojos, pero Él es fiel y aún intercede por nosotros, nos presenta delante del Padre confiando en que seremos siervos fieles a sus mandatos, nos otorga toda la vida para aprender, para entregarle el fruto de nuestra labor como cristianos, no desperdiciemos esa vida en odios, iras, venganzas, rencores e hipocresías, aprovechémosla para aprender de nuestros errores, para ampliar el espacio de nuestro corazón a fin que su amor more en él, para de esta manera producir frutos agradables, ofrendas de acciones y oración que aún después del breve tiempo que es la vida sigan siendo olor grato para las futuras generaciones. Tal como lo hizo Cristo.

Que el Señor nos ayuda a serle fiel y ofrendar nuestro frutos cada día de nuestra vida.

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